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La innovación en la empresa

¿Las empresas grandes, innovan por tener más recursos, o es la innovación causa de su éxito?

Con frecuencia, escuchamos comentarios del tipo "aquí no tenemos recursos para innovación, somos una empresa pequeña para eso”. Pues bien, este presupuesto es completamente erróneo, para innovar no es necesario tener un tamaño determinado o manejar grandes cifras, como demostraremos intentando responder a esta pregunta.

La innovación siempre es una apuesta y como tal hay que sentirla. Aquellas organizaciones que incentivan las novedades, tendrán más posibilidades de establecer una diferencia de valor con respecto a sus competidores, aunque bien es cierto que innovar conlleva un cierto riesgo y que éste será mayor en función del grado de ruptura que suponga con respecto a lo anterior.

Normalmente, en las organizaciones se busca un equilibrio entre las pequeñas mejoras que aportan modestos beneficios y las grandes invenciones que pueden suponer una gran ventaja o incluso un desastre.

Algunas de las técnicas que se utilizan habitualmente pasan por el estudio de esas pequeñas mejoras que no requieren grandes inversiones pero que a la larga, sí es cierto que suponen importantes ahorros en tiempo, esfuerzo y en definitiva capital.

Por otro lado, existe una cierta tendencia a no desear modificar aquello que se conoce bien y nos aporta esa aparente comodidad de la rutina.

Hay quien sostiene que es necesario desaprender, pero bien visto, no se trata tanto de aprender a desaprender, porque realmente desaprender, lo que se dice desaprender, no lo hacemos nadie, lo que sí hacemos es incorporar nuevos patrones o repertorios de conductas, aprendemos nuevas formas de hacer, o como diría un neurólogo hacemos nuevos contactos sinápticos, pero afortunadamente no desaprendemos.

Por ejemplo, es posible aprender a conducir un coche automático, al principio cuesta e incluso la mano se va sola a buscar la palanca de cambio, pero pasado un tiempo, nos acostumbramos y conducimos perfectamente ¿Quiere esto decir que hemos desaprendido cómo se conduce un coche de marchas?, evidentemente no. Y menos mal, porque una de las bases de la innovación reside precisamente en eso, en la capacidad de recordar, de interrelacionar y de aplicar fórmulas nuevas para resolver viejos problemas.

A nivel organizacional sucede lo mismo, queremos borrar de un plumazo montones de creencias que se han consolidado con los años e incluso deseamos que las personas de nuestra organización asuman nuevas formas de pensar, de creer y de trabajar, que impulsen estos cambios, que se comprometan con ellos y que mantengan un espíritu abierto.

Pues bien, no es fácil, como vemos cada día, las personas no olvidamos, para incorporar una conducta nueva, es fundamental que veamos la necesidad de hacerlo. Del mismo modo, para estar comprometidos, debemos conocer que utilidad o a dónde nos lleva el cambio y para ser impulsores del mismo, no basta con la fe.

Hoy sabemos que innovar no es una elección, sino una obligación del mercado, es la única vía para ser competitivo. Si no innovamos, terminaremos compitiendo en mercados con idénticas ofertas basando la diferenciación en el precio, con márgenes cada vez menores y sabiendo que cada mejora operativa puede ser igualmente adoptada por nuestros competidores.

Pero si tenemos claro que innovar es la solución para competir, que añade valor y conduce a la excelencia y que como decíamos es indispensable,  ¿Cómo haremos para salvar las dificultades económicas, de tiempo, de interés, de compromiso por parte de las personas?. En definitiva ¿Cómo hacemos para que nuestra organización innove?

Y he aquí el gran reto, no hay fórmulas mágicas, lo que si hay son procedimientos para sistematizar la innovación en un entorno dado y talantes organizativos que la promueven.

Es muy interesante la eterna analogía de la innovación con cualquier forma de arte, ya que aún teniendo un fuerte componente de espontaneidad, cada obra es realizada bajo una estructura básica y es fruto de..., o tiene un poquito de otras obras anteriores. En la innovación sucede lo mismo, al final emergen grandes ideas creadas por personas, pero eso sí, debe haber una estructura para que ello se produzca.

Existen cada vez más organizaciones que promueven la innovación, ya sea haciendo declaración de intenciones, ya sea incorporando competencias relacionadas o incluso eliminando barreras tradicionales, apostando por la cooperación inter e intra departamental, con equipos de trabajo heterogéneos e incluso mediante la asunción de funciones diferentes por un tiempo.  

A la hora de innovar no hay fórmulas mágicas pero si hay que tener en cuenta:
    
     - que las metas deben ser claras,
    
     - saber cuáles son nuestros objetivos,
    
     - qué es lo que  queremos hacer,
    
     - las respuestas a nuestras acciones deben ser inmediatas, (como en una partida de ajedrez que una vez que has movido tu ficha sabes si lo has hecho bien o no)
    
     - y debe  existir un equilibrio entre las dificultades y las destrezas, ya que si las dificultades son mayores  en relación a nuestras destrezas nos sentiremos frustrados.

La innovación es el resultado de una intensa concentración sobre los objetivos que tenemos,  las experiencias anteriores, nuestras destrezas y la perseverancia. En definitiva, no hablamos de algo mágico, sino de un proceso calculado y pensado, que puede y debe entrenarse.

Siendo así, qué duda cabe, la innovación está al alcance de todos.


Yolanda Mellado
Colaboradora de Vivencia y Talento Consultores

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