A veces pienso lo torpes que somos los seres humanos: torpes, desconfiados y ahora me doy cuenta de que también poco profesionales, y lo digo porque en mi ausencia, no había pasado nada grave, todo funcionaba perfectamente y la vida transcurría con absoluta calma y serenidad. Y cuando me incorporé a mi puesto, todos se sorprendieron de la rapidez en mi recuperación y corrían a informarme y se mostraban agitados dándome explicaciones y por unos segundos pensé: '¿Qué es lo peor que ha pasado?'
- Que casi la palmo
- Que dependo de una máquina
- Que durante demasiado tiempo me he perdido muchas cosas
- Que no solo corría yo, hacía correr a otros
- Que trabajaba bien porque conseguía mis objetivos, pero pagando un precio demasiado alto
Hablé con mis compañeros, les di las gracias por el esfuerzo, les conté mis sentimientos y les pedí ayuda.
Ahora trabajamos mejor, de vez en cuando necesito un toque, está claro que no se cambia de la noche a la mañana, estoy aprendiendo a hacer las cosas con más calma, lo que no quiere decir lentamente, ni fuera de plazo. He sustituido el dar órdenes, supervisar y hacer y rehacer, por consensuar, dialogar, confiar y delegar. Intento saborear cada momento, disfruto de hablar con mi equipo mirándoles a los ojos, uso menos el teléfono y no me siento culpable por apagarlo en una reunión.
Todavía tengo que cambiar muchas cosas dentro de mí, antes tenía un corazón completo que no usaba y ahora la parte que me queda está funcionado mejor que nunca. No quiero pensar en lo que me he perdido, prefiero aprovechar lo que tengo y doy gracias de poder hacerlo.
En mi último cumpleaños me han regalado una caricatura en la que se me ve en la camilla dando gritos e instrucciones mientras me introducen en el quirófano, la he colgado en el despacho, además de sacarme una sonrisa, me recuerda lo obvio…".